Opuesta a la idea de que la literatura surge a partir de encuentros fugaces y privilegiados con las musas, la concepción de “productividad” de la lengua sugiere que las palabras encierran en sí el potencial de evocar otras.
La irrupción de la propia escritura no está propiciada por ninguna inspiración divina, sino que podemos provocarla.
Se sabe, al menos desde Mallarmé, que el lenguaje puede y debe ser tratado como un objeto en sí, considerado en su aspecto material: entonces se nos revela como un sistema complejo, en cuyo interior se evidencian diversos elementos cuyas combinaciones producen palabras, frases, versos, párrafos o capítulos.
Sabemos también que, bajo esta y otras premisas relacionadas, nació en Francia el grupo OuLiPo, (Obrador de Literatura Potencial), abocado a las exploraciones literarias y alejado de corrientes de vanguardia dogmáticas. “Hay que afirmar”, proclama Raymond Queneau, “que el poeta jamás recibe la visita de las musas (...). Jamás es visitado por la inspiración porque él vive en la inspiración, porque las fuerzas de la poesía están siempre a su disposición, sujetas a su voluntad, sometidas a la actividad que le es propia”. Los oulipianos, escritores y matemáticos, promueven una creación literaria basada en técnicas de la escritura limitada y en el desafío a la autoridad del azar. Sobre este punto, Claude Berges emitió una sentencia vigorosa: “El Oulipo es el anti-azar”. “En el corazón del proyecto oulipiano”, agregará Bénabou, uno de los primeros miembros del grupo y custodio de sus archivos, “gobierna el principio de la restricción”, es decir, imposiciones forzadas que limitan el lenguaje y al mismo tiempo invitan a la creatividad: escribir sin usar palabras que incluyan determinada vocal o empleando otras que aparezcan en el texto en orden alfabético; construcción de anagramas, cronogramas, palíndromos, etc.
Resulta curioso que ninguno de los detractores del grupo apostara por la idea de una poética no apoyada en reglas más o menos rigurosas, aunque tildaron de “niñerías” las restricciones voluntariamente asumidas como motor de creación. No obstante, la práctica del Oulipo refutó, precisamente, la concepción de una frontera arbitraria entre regla lingüística y la autorrestricción.
La restricción, en este contexto, opera apartando al sistema del lenguaje de su funcionamiento rutinario y forzándolo a que confiese sus recursos ocultos. El mecanismo se explica con bastante sencillez: la elección de una limitación lingüística o semántica fuerte permite soslayar o ignorar todas las demás restricciones que escapan más fácilmente a nuestro control. Los obstáculos que uno crea al jugar, por ejemplo, con la naturaleza, el orden o el número de letras, sílabas o palabras, adquieren entonces su verdadero sentido: la exploración de potencialidades. En lugar de bloquear la imaginación, estas exigencias arbitrarias la despiertan, permitiendo ignorar (o, al menos, poner entre paréntesis) otras restricciones que no liberan al lenguaje, como las frases tópicas: ¿no es acaso el poder de la lengua la que nos fuerza a economizar, utilizando expresiones manidas, de bordes romos, útiles para transmitir rápidamente una información, pero que no conmueven ni al oyente ni al emisor?
“La restricción es ante todo una palanca para el lenguaje; la escritura sin restricción esta llena de costumbres y las restricciones ayudan a evitarlas”, decía Hervé le Teiller.
Adhiriendo a los principios de OuLiPo, surge en Argentina el grupo Grafein a principios de los setenta, a partir de la idea de un grupo de alumnos de la cátedra Literatura Iberoamericana (Facultad de Filosofía y Letras, UBA) que dictaba el Prof. Noé Jitrik. Esta experiencia dio origen a los talleres de escritura, que comenzaron a trabajar a partir de consignas planteadas como un obstáculo, un desafío y un disparador. Muy gráficamente, hablaban de tales consignas como “valla y a la vez trampolín”: un pre-texto, que antecede al texto y funciona al mismo tiempo como excusa para crearlo. Y volvemos a la noción de productividad: la consigna, cuya materia es la palabra, es capaz de generar otras. En el mismo sentido en que las letras conforman un universo lingüístico, la consigna limita el ámbito –amplísimo, por otra parte– de las propuestas, dentro del limitado universo de un taller. El natural bloqueo o el anodino producto en respuesta al pedido de “Escriban qué hicieron en las vacaciones” se ve reemplazado así por textos genuinos, vigorosos, creativos.
Una reflexión de Bénabou acerca de otro oulipiano, George Perec, resulta particularmente iluminadora. Dice, hablando del genial autor de El secuestro: “Por un lado, las restricciones le permitían ejercer su gusto por el juego y exhibir su extraordinario virtuosismo verbal. Pero hay otro nivel, más profundo: Perec logró aliar de modo magistral este tipo de escritura con la autobiografía. Las restricciones le permitieron expresar todo lo que no podía decir de manera directa. Su interés constante por ciertos procedimientos (los lipogramas, los alfabetos restringidos) debe vincularse estrechamente con la experiencia de la pérdida”. Se refería, como es sabido, a que Perec fue un huérfano del Holocausto judío.
Pero ocurre que, en alguna medida, todos somos huérfanos. Cada uno de nosotros ha sufrido la pérdida de la libre elección, en tanto seres atravesados por una lengua que nos obliga a determinada sintaxis, que nos sujeta con determinada y férrea gramática; todos nos vemos sometidos a la presión de la censura (de cuyas formas, la corrección política no es la peor sino sólo la más denostada).
De ahí que las constricciones lúdicas y aceptadas voluntariamente —por ejemplo, la de la consigna para esta quincena del taller, que aparece en la entrada anterior— pueden constituir una forma de libertad.
A ver cómo le explico a mi madre que yo soy hija de OuLiPo, y que encima es algo que tiene que ver con restricciones. Me dirá: "si el tal Ulipo tiene ******* a restringirte, que luego me cuente cómo lo hizo".
ResponderEliminar(¿esa coma está bien puesta? ¿nótase que no puedo dormir y tengo ganes de escribir? ¿percatástete de que me obsesioné con les comes? voy dejar de leer el periódico)
Qué buena idea, tú. La del blog, digo, que la idea del texto se mescapó entre las palabras, tantas, y las ideas, tales. Ahora resultará que no puedo estar porque no soy.
ResponderEliminarPor si acaso, holaaa hoooola holaaaa no veneengas sooooola....
Desde Marte con amor
Rosa
Elenita:
ResponderEliminarPensá que siempre será preferible que te llamen hija de Ulipo y no hija de otra cosa. Y no te preocupes: tenés las comas bien puestas. Así hay que encarar la vida: con dos comas, qué carajo.
Y a vos, anónima, ¿qué decirte? Que no importa que se te escape el tiesto: lo esencial no es la maceta, sino la rosa que tiene plantada. Bien plantada, además.
Podés estar donde quieras, y si elegís este barcito donde parar de vez en cuando, será un placer. O unos cuantos placeres más.
Gra
¿Existen las musas? ¿y la inspiración? ¿Son los poetas hijos de alguna musa perdida en la tierra? ¿qué es la inspiración?.
ResponderEliminarDices que dijo Queneau: “Hay que afirmar”, proclama Raymond Queneau, “que el poeta jamás recibe la visita de las musas (...). Jamás es visitado por la inspiración porque él vive en la inspiración, porque las fuerzas de la poesía están siempre a su disposición, sujetas a su voluntad, sometidas a la actividad que le es propia”
Ah, es entonces ahí donde están escondidas la inspiración y las musas. Por eso ahora nos tenemos que conformar con trabajar e imitar a los buenos poetas o a los buenos cuentistas: las musas y la inspiración ya tienen dueños y yo me he quedado con el boleto pero sin premio :.(
Entonces, vivimos en la inspiración, Diana, de la que nadie es dueño: entre palabras, fabricados para y por ellas. Ese es el premio que todos hemos recibido sin comprar billete.
ResponderEliminarAbrazo