26 de mayo
Ayer, martes, de mi cigarrillo salió la fumata blanca: habemus gatam.
Sabemos que es siamesa, de color marrón, patas negras y enormes ojos amarillos. Sabemos que tiene o bien rabo corto o bien rabo largo. Sabemos, por lo que nos dijo la dueña anterior, que tiene cinco meses. Sabemos que en este momento está en la cocina. Y sabemos algo más: nuestra gata es única, porque, a excepción de los ojos, es invisible.
Ayer la trajeron, después de un viaje de 100 kilómetros (que, al parecer, la gata no había solicitado) en una jaulita de tela negra. Cuando abrieron la cremallera de la jaula, en la cocina, el Jota y yo nos asomamos: vimos un par de ojos enormes e inmóviles en medio de la oscuridad, pegados al fondo.
Por teléfono nos habían dicho que había dos hermanitas disponibles: una de cola corta y otra de cola larga. Nos preguntaron cuál preferíamos. Contestamos que podíamos prescindir del rabo, pero que fuese la más mimosa. Entonces descartaron una que, según nos explicaron, era arisca. Nos aseguraron que esta, en cambio, sin caricias "no puede vivir".
Entonces el Jota y yo nos pusimos de inmediato a la tarea, no sea cosa que el animalito se nos muriera de pronto por inanición de mimo: acostándonos en el suelo, estiramos el brazo dentro de la jaula y pudimos acariciarla. También por eso sabemos que existe.
Ocurrió que la mujer que nos la trajo debía llevarse la jaulita. En un momento en que el Jota y yo andábamos por el living, oímos una exclamación (no provenía de la gata). Volvimos a la cocina y encontramos a la señora boca abajo, en el piso, señalando un rincón lejano debajo del mueble de la cocina. Nos explicó que, ante la firme resolución de la gata de no moverse de su sitio, la había invitado a salir… volcando la jaulita. Que de haber sabido que bajo la mesada había una abertura por la que podría meterse no lo hubiese hecho. Que quién la sacaba de allí ahora. Que qué putada.
El Jota y yo la imitamos (sólo en la postura). A dos metros de nuestros ojos vimos otros, enormes, amarillos e inmóviles en la oscuridad, pegados a la pared del fondo.
La jaulita y la señora se fueron, no sin antes repetir que qué putada (sólo la señora). Nosotros le pusimos comida, agua y un recipiente con piedritas cerca y nos sentamos a esperar.
Después de esperar un rato, esperamos haciendo los deberes.
Después esperamos cocinando.
Después volvimos a esperar, nomás.
Los ojos no salieron.
Cerramos la puerta de la cocina, porque en la casa había ventanas abiertas y no queríamos que una gata invisible anduviera perdida por Gijón, cenamos y nos fuimos a dormir.
Hoy bajamos los dos muy optimistas a la cocina: ambos habíamos creído oír ruidos durante la noche. Al entrar, también creímos ver en las piedritas la huella mínima de un pis mínimo (o un pis minino). Nos acostamos en el suelo y nos asomamos al rincón.
Los ojos no estaban.
Los buscamos en otros rincones, debajo de la mesa, detrás del cesto de ropa sucia, arriba de la mesada, dentro del tacho de basura. Y nada.
El Jota se paró frente a la heladera, se llevó una mano al pecho y dijo: "Mamá, ahora sí que estoy muy preocupado. ¿Y si...?". Lo tranquilicé, aunque disimulé sacando un yogur para echar un vistazo dentro. Nunca se sabe.
Llevé al Jota al colegio y aquí estoy, sin haber visto entera aún a nuestra gata.
Aún no tiene nombre porque cuesta ponerle uno a una gata que uno no ha visto nunca. Yo había propuesto estos días llamarla "Aspirina", porque calma el dolor de lo de Tufo, pero, por suerte, el Jota me lo vetó.
Hoy seguiremos esperando, pero algo me dice que nuestra casa permanecerá habitada por dos presencias sólidas y una incorpórea. Que hace pis en las piedritas, eso sí.
En otro orden de cosas (me encanta escribir "en otro orden de cosas", porque supone que las cosas tienen orden. Y encima, más de uno. Si uno se limita a mirar el mundo, sin decir "en otro orden de cosas", no se da cuenta. Prueben y verán qué alivio sienten), me preparo para un encuentro en casa, el sábado, entre algunos de mis alumnos y una amiga leonesa que trabaja en una editorial. Viene a darles una charla, mientras yo les daré café y masitas.
Mi trabajo sigue igual, mucho y, a veces, lindo. El Jotita sigue siempre lindo y, a veces, mucho.
PP. DD: Ojo: no estamos tristes. Un animal siempre hace compañía en una casa. Y la que nos hará cuando podamos verla, ni les cuento.
PD: Si uno le cree a Saint Exupery, la nuestra es una gata esencial.
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