28 de mayo
Gatam non habemus.
La gatita, definitivamente, no está en casa. No sé cómo pudo escaparse, ya que fui cerrando cada ventana si abría la puerta de la cocina, donde estaba ella, pero se las arregló. Quizás en un momento en que se fueron los de mi taller, el martes a la noche, se escabulló por la puerta; quizás realmente era una gata mágica (o líquida) y se evaporó.
Es muy raro saber que tuvimos, por unas horas, a un animal que no alcanzamos a ver; que adoptamos una gatita que no llegó a tener nombre; que uno se pone a querer aún antes de tener a quién. Es difícil explicar que se pueda estar triste por una gata que uno no llegó a ver entera, creyendo oír, en la casa, ruidos que no uno no llegó a conocer...
Ayer a la noche, cuando tras todo el día de dejar comida puesta y ver que no aparecía y correr muebles de un lado a otro, confirmé lo que había empezado a sospechar por la tarde. Por supuesto, me entristecí, aunque creo que mucho más que por la gatita invisible, por reabrir la pérdida de Tufo. Una vez más, me enfrenté sola a la certeza; una vez más, en un ratito deberé contarle al Jota que ya no tenemos mascota.
En realidad, ahora veo que era una muy mala idea traer un minino: yo no podría resignarme a no poder abrir ventanas, aunque "tragara" con lo de los arañazos en los muebles. Tal vez el Jota y yo deberemos conformarnos con sus Sea Monkeys, que cada vez están más gorditos (ellos) y más embarazadas (ellas). Si los que desaparecemos un día somos el niño y yo, ya saben quiénes nos han comido.
Mientras tanto, si alguna vez me va mal con la literatura y quiero abrir una tienda veterinaria, por favor, ¡háganme desistir de la idea!
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