domingo, 28 de junio de 2009

Gata (VII)


10 de junio


Intentando deducir qué razones llevan a Golda a mostrarse como un ser viviente, hasta ahora yo había llegado a la conclusión de que su único móvil era el interés literario. ¿Que suena raro? A las pruebas me remito.

En efecto, desde que empecé estos mails, nunca falló: Golda puede pasarse dos o tres días sin moverse del sitio donde se esconda, pero basta que yo escriba sobre ella y le dé a "Enviar", para que el animalito produzca otra novedad.

La secuencia no se me hizo evidente desde el principio. Claro, uno está preparado para tener en casa una gata ansiosa por leche o por hacer caca, pero no una ávida de protagonizar relatos. Y menos aún lo está para una gata que, además del papel protagónico, asume el de editor, exigiéndote uno nuevo apenas acabás el anterior.

Golda no necesita correr (qué digo "correr", ni siquiera precisa cambiar de postura), ni jugar (probablemente, no sabe lo que es) ni comer (ya hablamos de desapego faquiresco por la comida). Por eso no hará absolutamente nada para conseguir algo de todo eso. Pero apuesten lo que quieran a que una o dos horas después de que les mande este mail dará señales de vida.

Aclaremos una posible y razonable objeción. Yo me paso muchas horas frente al ordenador. Trabajo escribiendo textos y mensajes de correo, corrigiendo, leyendo en la pantalla. Pero eso no hace que Golda aparezca. Nunca. Sólo veo sus señales después de mandarles a ustedes uno de estas entradas.

El axioma "Graciela escribe sobre Golda" --> "Golda hace algo" es a tal punto absoluto, que las últimas veces les escribí casi exclusivamente para cruzarme con ella. Y funcionó, claro.

Pero hoy no escribo para eso. En realidad, y como comprenderán enseguida, esta vez no deseo que Golda actúe. Peor que eso: temo que actúe.

Verán: la habíamos dejado arrinconada detrás del armario del escritorio ¿recuerdan? El Jota y yo habíamos fabricado una pala de mango largo para acercarle comida (como a los tigres enjaulados, me digo ahora. Como a los tigres salvajes, me digo ahora. Como a los tigres carniceros, me digo. Y ya verán que la asociación es libre, pero no gratuita).

Dos veces usamos la pala, con Golda metida en la esquina del escritorio. Dos veces comió todos los trocitos de jamón cocido que le ofrecimos. Dos veces se quedó, después de comerlos, en el mismo rincón. Un día y medio permaneció en el mismo sitio.

Todo parecía haberse encaminado. Un camino lento, pero seguro: ya sabíamos dónde estaba nuestra gata. Ya teníamos ocasión de demostrarle que éramos capaces de alimentarla sin pedirle nada a cambio, sin forzarla a contacto alguno más que a través de una pala de pizzero (porque en ese momento todavía era una pala de pizzero y no un arma defensiva contra tigres homicidas).
Esperándola con paciencia a que decidiera salir, le probaríamos que nada tenía que temer de nosotros.
Ay, qué lejos que estaba de suponer que la temerosa pasaría a ser yo.
Pero me estoy adelantando.

Sucedió ayer que, mientras yo estaba lavándome las manos, el Jota se acercó solito al armario. La pala queaúneraunapala estaba apoyada en el piso, con el extremo cerca de Golda.
Desde el baño, oigo que el Jota grita "¡Mamá, ven! ¡Está saliendo!".
Durante un instante, me alegré. "Por fin la gatita entendió que somos buena gente", me dije.
Pero en eso descubro al Joaco, pala en ristre. No preví que, en su ansia por verla, el chaval empujaría lenta pero inexorablemente la pala hasta el fondo.

Y claro, Golda salió. Salió disparada por el otro costado del armario como alma que lleva el diablo. Para cuando yo me acerqué a la puerta del escritorio, el animal volaba hacia el salón, enloquecido. Un instante después, cómo no, había desaparecido de nuevo.

Me dediqué a explicarle al Jota su error y a comprobar que la gata sí había comido, antes del "ataque" del niño, los trocitos de fiambre.
Después, ya que por una vez sabía al menos en qué cuarto de la casa se encontraba Golda, me puse a registrar el living de cabo a rabo. El rabo del living, porque el de Golda ni pintó.

Por más que busqué detrás de cada mueble, debajo de cada almohadón, entre los libros y hasta detrás de los cuadros (nunca se sabe) no la vi. Esta vez, sí puedo jurar que esta gata se desmaterializa.

Por fin, guardé en el trastero la pala (todavía lo era, no sé si se lo dije) porque ya había perdido su sentido.
Pero había un cambio en el salón. Un único cambio.
¿Recuerdan la única aparición de Golda en que ni corrió ni se mostró petrificada contra el rincón? Fue una noche en que me despertó un ruido: era ella, pegando saltos infructuosos para alcanzar la parte de arriba de una estantería muy alta del living, ¿se acuerdan?

Lo que no les conté fue que, apoyada sobre esa estantería, en una esquina, casi rozando el techo, tengo una maceta. Contiene una hiedra, una planta rozagante cuyas ramas caen sobre el ángulo del mueble. La maceta, de 50 cm de ancho y otro tanto de alto, metida en una cesta de mimbre, está llena hasta el tope de tierra y planta. Oséase, que es bien grande y bastante pesada, hasta para mí.
Bueno, hace un par de días me había llamado la atención encontrar la base de la maceta desplazada hacia afuera: una buena parte de la cesta sobresalía del "techo" de la estantería. Pensé que, en un descuido, yo la habría corrido al regarla. Sin embargo, el hecho me extrañó porque yo nunca bajo ni subo la maceta, por lo pesada (ella), sino que, trepada a un banco (yo), la riego con un botellón.
Bueno, la moví hacia atrás de nuevo, ya que así constituía un serio peligro para cualquier integridad que pasara por debajo. Y me hubiera olvidado del tema de no ser por lo que pasó hoy.

Limpiando, hace unas horas, descubro algo muy desagradable en el segundo sillón de una plaza que me quedaba en el living (no sé si les conté que el primero, idéntico a él de viejo pero bañado en los efluvios de Golda, acabé regalándolo al rastro donde los había comprado). Esto tan desagradable también provenía de Golda, pero era sólido y marroncete. Y desde ya les digo que no era de Noche, dado el tamaño. La caca de Golda es Medium, y la de Noche es XXS.

Me embronqué. Si aquel pis lo había atribuido a que, para que no entrara al living las primeras noches, yo había dejado la puerta cerrada sin darme cuenta de que seguramente la estaba dejando dentro, la intención de esta caca era, en cambio, inequívoca: desde aquel pis en el otro asiento, nunca más cerré esa puerta. Es decir, la gata se había cagado adrede en el sillón, teniendo su baño a su entera disposición (y perdonen la rima cacofónica, nunca mejor dicho).

Con todo, aún me quedaba un resto de compasión por Golda. Después de un rato, pude entender su estrés, su miedo tras el encuentro con lo que debe haber sentido como un terrible ataque del Jota y la pala. Sí, todavía era una pala. Pero ya no.

No, desde que hace unos minutos volví a encontrar la maceta corrida. No, desde que hoy, incluso, estaba aún más movida hacia afuera. No, desde que entendí que esta gata incorpórea tiene además una fuerza descomunal. No, desde que comprendí que lo que la gata quiere, en realidad, es matarme. Golda desea que muera aplastada por una maceta.

La pala se convirtió en un arma defensiva contra tigres justo cuando me di cuenta de que Golda no sólo me exige que escriba sobre ella, sino que lo haga bien.
Es evidente que no cumplo con sus exquisitos cánones estéticos. Es obvio que no soy todo lo buena exégeta que mi gata mayor cree merecer. Y está claro que ha decidido a causa de eso debo morir.
Es entendible: yo desearía lo mismo para algunos de mis alumnos, cada vez que leo sus textos.

Tenemos a la asesina, el arma homicida y el móvil. Si aún no tenemos cuerpo del delito, es porque todavía estoy aquí escribiéndoles esta entrada. Pero apenas me acerque distraídamente por la estantería del living para sacar un libro o pasar el plumero sobre algún estante, habrá cadáver.
Este será, señores, probablemente, mi último mensaje sobre Golda. Pero no porque deje de haber novedades que contar. Todo lo contrario: ya les dije que lo esperable era que Golda hiciese algo apenas le dé a "publicar".
Lo que no habrá, dadas esas mismas novedades, será quién las escriba.


Nota: Noche sigue adorable. La única molestia es cuando se pone a "mamar" de mi cuello, de mi oreja o de la comisura de mi boca. Me apoya las manitos, sacando las uñas, y ronroneando como un motor Diésel pega su boca a mi piel.
Es una lástima que su hermana la deje huérfana justo ahora.

4 comentarios:

  1. Jo, Gra, esto sí que es una historia buenísima. Soy una Goldoadicta. Y eso que a mis los bichos ni-fu-ni-fa aunque fufen, jejej.
    Enhorabuena por el blogg, me gusta la idea.
    Besin.
    Celsa.

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  2. Haberme dicho antes lo de tu adicción, hija. Te hubiera regalado a Golda con placer.
    (De paso, una pregunta de una blogera novata a otra experta: ¿los autores comentan los comentarios, o eso genera un rizo comentarístico en el espacio que haría peligrar la web?) ¡Gracias por tu enhorabuena!

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  3. Yo suelo comentarlos, porque me gusta. Suelo hacerlo tras una o dos semanas en el mismo comentario, dirigiendo una leve perorata a cada cual.
    Pero hay muchos blogueros que no lo hacen. O dan las gracias de forma general tras una o dos semanas. En fin, eso va en gustos y en que apetezca responder.
    En la red cabe to de to. jejej
    Besos.

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  4. "En la red cabe to de to". Mientras no la agujereemos... :)
    Ahora en serio, gracias por orientarme.
    Abrazo

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